martes, 27 de noviembre de 2012

Buena gente

Tú verás de quién te fías

No acostumbro a contar la historia desde el punto de vista de los buenos. Tengo empatía, sí, pero con el perdedor, con el vanidoso. ¿Acaso es empatía si ya estás en su lugar? Creo que en el fondo es por pura envidia, porque no podré alcanzarles. O, quizás, por algo más.


Pedro se despertó con los párpados pesados, pero eso no le importó; se levantó con ímpetu y apagó la alarma un minuto antes de que sonara. Cuidadosamente, acarició el cabello y la mejilla de su mujer, besándola suavemente. Ella sonrió y él se levantó. Duchándose, pensó en las complicaciones del trabajo, en cómo se las tendría que apañar para equilibrar gastos. El bebé también se había despertado y lloraba. Su madre le acurrucaba cuando él le levantó en sus brazos. Maravillado, el bebé enmudeció, abriendo los ojos como platos “De mayor serás fuerte como tu papá” le dijo. Pareció comprenderle, riendo con su carcajada de niño, y pronto se la pegó a sus padres. Su hija ya estaba desayunando mientras leía un libro de texto. Pedro se había esforzado para que la pequeña Laura tuviera la educación que él jamás había podido disfrutar. Pedro se había hecho a sí mismo; nadie confiaba en qué, pasados unos años, pudiera aprobar el Bachillerato y finalmente sacarse unas oposiciones. Pedro había sufrido mucho, y no iba a permitir que a su hija le sucediera lo mismo. Con esos pensamientos y tras despedirse de su familia se fue al trabajo. Iba en un coche modesto para su sueldo, a él no le gustaba ostentar; lo único que quería era cuidar de su familia. Tras pasar por su antiguo barrio y cruzar el puente, llegó a su lugar de trabajo. Muchos decían que era horrible pero él lo había cogido cariño.

Salió del coche y se estiró el cuello. Aquel día prometía ser duro, o eso le había comentado su jefe. Si todo salía bien, antes de las dos de la mañana podría estar en casa. Pedro entró identificándose y saludando a quien se encontraba. La jornada (en fin ¿para qué alargarnos? Ya sabíais que esta tarea iba a ser dura para el autor) transcurrió tranquilamente hasta las cinco. En esa hora, en ese mismo momento, dieron el bocinazo. Junto a sus compañeros, Pedro corrió a por su equipo de trabajo y aunque pudiera sonar macabro, todo aquello le ayudaba a desfogarse de sus problemas: la hipoteca, la familia, el colegio de la niña. Cuando trabajaba para la sociedad, ambos salían beneficiados; él se sentía mejor y su ciudad era un sitio más seguro.

Mantuvo la respiración unos instantes, con todo el peso del uniforme sobre él, mientras veía su reflejo en el cristal negro. Miró fijamente; él era un hombre que hacía bien, que hacía lo correcto. Él era Pedro Arias Fernández, él formaba parte de las Fuezas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Él era un funcionario del Estado, un trabajador por la seguridad de todos. Él luchaba por la sonrisa de su mujer y la sonrisa de su hija. Él era un miembro de la Unidad de Intervención Policial; él era, en definitiva, un buen hombre.

Bueno, pues ésto ha sido todo. No ha sido tan dificil; a lo mejor porque el valor literario del relato es más que discutible. ¿Discutible? Perdón, quise decir asqueroso. Es cierto que he cogido un ejemplo exagerado, pero es lo que hay. Seguramente, también podría haber cogido al genocida silencioso que, como buen ciudadano paga sus impuestos con los que se bombardean hospitales en Oriente Medio, bebe su taza de café tan barata a base de la explotación en Colombia, o compra un juguete para su hijo pasando por alto la esclavitud infantil que se vive en la China que lo fabrica. Este modelo, sin embargo, se acercaría demasiado a un servidor, pero ya se sabe que se ve mejor la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio.

Quizá ésto me oriente para saber porqué no puedo escribir sobre gente buena: mientras que algunos se dedican a romper cabezas, otro se rompen la cabeza por hacer lo correcto. Los grandes medios ya han establecido quienes son los buenos. Y yo también.




PD: Esta foto no tiene nada que ver con el bastardo de Pedro Arias Fernández. Está hecha desde el cementerio clásico de Sheffield. ¡Pronto, creo, volveremos a vernos!

PPD: El nombre de Pedro Arias Fernández no hace referencia a ningún antidisturbios real. Cualquier coincidencia con la realidad es mera casualidad.

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