No me digan que no se lo esperaban. Es
verdad que quizás no fuimos sinceros cuando gritábamos “éstas
son nuestras armas” cuando
deberíamos haber añadido “de momento”.
Pensé que, entre tanto asesor que tiene Mariano, seguro que había
alguno que tendría alguna noción de sociobiología. O sentido
común. Si lo hubiese habido, quizá se hubiera imaginado que todas
las personas tienen un límite. Incluso el 15M, los indignados, y
“los de las manitas”. Cuando se comenzaron a tirar, en las
manifestaciones, petardos, vayas, piedras, todo el mundo se echó las
manos a la cabeza. No digo que apruebe o no la violencia moralemente
y, de hecho, a nivel estratégico, en el contexto de las
manifestaciones habidas en Madrid, aunque desestresante, creo que es
completamente inefectiva. Sólo hace falta ver los resultados de las
últimas manifestaciones, heridos y detenidos.
Lo
intentamos; y, venzamos o perdamos, eso debe quedar para la Historia.
Tuvimos el coraje de no descargar nuestra ira contra aquellos que se
reían de nosotros, aquellos que la provocaban. Aguantamos, aún
temblando como flanes, cuando nos sacudían una y otra vez con sus
porras. Y cuando recibíamos los golpes de vuestro terrorismo, los
golpes del mercado, las palizas en comisaría, que nos llamaran el
“enemigo”, nos
callábamos. Los desahucios, los recortes, el paro, la miseria y la
mendicidad. Los suicidios. Aguantamos, lloramos en silencio.
No se
quejen de que luego lluevan piedras, porque no es nada fácil vermorir a los tuyos. Y cuando digo no se quejen no
me refiero a los políticos o banqueros, que por supuesto se quejan,
por sus privilegios, es lo que tiene la lucha de clases. Cuando digo
no se quejen me
refiero al resto de la sociedad civil, que aun sufriendo el
terrorismo financiero no tuvieron el coraje de enfrentarse al
gobierno del Capital, a los mercenarios antidisturbios, a la
vergüenza de verse paseando en una manifestación, como si manifestarse no fuera digno. No se quejen porque si hubiera habido treinta millones de españoles en las calles, en vez de dos, cuatro o
cinco, jamás hubiera habido necesidad de tirar una piedra.
Nunca,
y ésto hay que dejarlo claro, quisimos tirar una mísera piedra.
Confiábamos en qué no se cumplieran las palabras de Brecht, “elodio contra la bajeza también desfigura el rostro”.
Pero no fue posible, no por nuestra falta de insistencia, sino por
vuestra falta de compromiso, de apoyo, no a nosotros y a nuestra
causa, sino a vosotros mismos, a vuestros padres y vuestros hijos.
Por vuestra falta de amor propio.
No
digo que ahora apoye o deje de apoyar esta violencia, no es el lugar
ni el momento para hacerlo. Pero cada cuál debe asumir las
consecuencias de lo que hace y, lo que puede ser mucho más duro, las
consecuencias de lo que no hace.
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