Tú verás de quién te fías
No acostumbro a contar la historia desde el punto de vista de los buenos. Tengo empatía, sí, pero con el perdedor, con el vanidoso. ¿Acaso es empatía si ya estás en su lugar? Creo que en el fondo es por pura envidia, porque no podré alcanzarles. O, quizás, por algo más.
No acostumbro a contar la historia desde el punto de vista de los buenos. Tengo empatía, sí, pero con el perdedor, con el vanidoso. ¿Acaso es empatía si ya estás en su lugar? Creo que en el fondo es por pura envidia, porque no podré alcanzarles. O, quizás, por algo más.
Pedro se despertó con los párpados
pesados, pero eso no le importó; se levantó con ímpetu y apagó la
alarma un minuto antes de que sonara. Cuidadosamente, acarició el
cabello y la mejilla de su mujer, besándola suavemente. Ella sonrió
y él se levantó. Duchándose, pensó en las complicaciones del
trabajo, en cómo se las tendría que apañar para equilibrar gastos.
El bebé también se había despertado y lloraba. Su madre le
acurrucaba cuando él le levantó en sus brazos. Maravillado, el bebé
enmudeció, abriendo los ojos como platos “De mayor serás fuerte
como tu papá” le dijo. Pareció comprenderle, riendo con su
carcajada de niño, y pronto se la pegó a sus padres. Su hija ya
estaba desayunando mientras leía un libro de texto. Pedro se había
esforzado para que la pequeña Laura tuviera la educación que él
jamás había podido disfrutar. Pedro se había hecho a sí mismo;
nadie confiaba en qué, pasados unos años, pudiera aprobar el
Bachillerato y finalmente sacarse unas oposiciones. Pedro había
sufrido mucho, y no iba a permitir que a su hija le sucediera lo
mismo. Con esos pensamientos y tras despedirse de su familia se fue
al trabajo. Iba en un coche modesto para su sueldo, a él no le
gustaba ostentar; lo único que quería era cuidar de su familia.
Tras pasar por su antiguo barrio y cruzar el puente, llegó a su
lugar de trabajo. Muchos decían que era horrible pero él lo había
cogido cariño.
Salió del coche y se estiró el
cuello. Aquel día prometía ser duro, o eso le había comentado su
jefe. Si todo salía bien, antes de las dos de la mañana podría
estar en casa. Pedro entró identificándose y saludando a quien se
encontraba. La jornada (en fin
¿para qué alargarnos? Ya sabíais que esta tarea iba a ser dura
para el autor) transcurrió tranquilamente hasta las cinco.
En esa hora, en ese mismo momento, dieron el bocinazo. Junto a sus
compañeros, Pedro corrió a por su equipo de trabajo y aunque
pudiera sonar macabro, todo aquello le ayudaba a desfogarse de sus
problemas: la hipoteca, la familia, el colegio de la niña. Cuando
trabajaba para la sociedad, ambos salían beneficiados; él se sentía
mejor y su ciudad era un sitio más seguro.
Mantuvo la respiración unos
instantes, con todo el peso del uniforme sobre él, mientras veía su
reflejo en el cristal negro. Miró fijamente; él era un hombre que
hacía bien, que hacía lo correcto. Él era Pedro Arias Fernández,
él formaba parte de las Fuezas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Él
era un funcionario del Estado, un trabajador por la seguridad de
todos. Él luchaba por la sonrisa de su mujer y la sonrisa de su
hija. Él era un miembro de la Unidad de Intervención Policial; él
era, en definitiva, un buen hombre.
Bueno, pues ésto
ha sido todo. No ha sido tan dificil; a lo mejor porque el valor
literario del relato es más que discutible. ¿Discutible? Perdón,
quise decir asqueroso. Es
cierto que he cogido un ejemplo exagerado, pero es lo que hay.
Seguramente, también podría haber cogido al genocida silencioso
que, como buen ciudadano paga sus impuestos con los que se bombardean
hospitales en Oriente Medio, bebe su taza de café tan barata a base
de la explotación en Colombia, o compra un juguete para su hijo
pasando por alto la esclavitud infantil que se vive en la China que
lo fabrica. Este modelo, sin embargo, se acercaría demasiado a un
servidor, pero ya se sabe que se ve mejor la paja en el ojo ajeno que
la viga en el propio.
Quizá ésto me oriente para saber porqué no puedo escribir sobre gente buena:
mientras que algunos se dedican a romper cabezas, otro se rompen la
cabeza por hacer lo correcto. Los grandes medios ya han establecido quienes son los buenos. Y yo también.
PD: Esta foto no tiene nada que ver con el bastardo de Pedro Arias Fernández. Está hecha desde el cementerio clásico de Sheffield. ¡Pronto, creo, volveremos a vernos!
PPD: El nombre de Pedro Arias Fernández no hace referencia a ningún antidisturbios real. Cualquier coincidencia con la realidad es mera casualidad.
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