domingo, 26 de octubre de 2014

Aquí en Madrid

Adelante, valiente

Hoy he visto mi último amanecer en esta vieja Europa durante mucho tiempo. Concretamente (no podía ser de otro modo) en Madrid; hace ya décadas que la ciudad triste es el último bastión de todo. Sus barrios, sus grandes avenidas, sus plazas con olor a meados y la M-30. Sabiendo esto, parecería estúpido decir que no conozco mejor ciudad; y sin embargo, no la conozco. Aquí en Madrid hace tiempo que no rugen las balas: cuando no rugen, el madrileño se encoge como un animal cauto, temiendo tiempos horribles. Y, en cambio, cuando los trenes vuelan por los aires, los madrileños corren como furias, arriesgándolo todo, con tal de salvar a unos pocos. En tiempos de paz, Madrid sigue siendo igual de heroica. Peleando contra la intolerancia, peleando contra el fascismo.

En Madrid no amenazan los grandes mosquitos ni se escucha el silbido del desierto de Arena, pero pesan los normalistas desaparecidos, también las balas sobre nuestras hermanas en Kobane. Madrid mantiene su lucha en silencio; a veces cegada, es incapaz de ver hacia donde se dirige y, terca, no caerá en su error hasta que sea demasiado tarde.

La próxima vez que vuelva a escribir, lo que no significa que lo haga, Madrid ya no será la misma. Será otra pieza más en este gigantesco mundo globalizado, como siempre ha sido, pero quizás algo más pequeña. Cuando yo pueda ver cara a cara, frente a frente, a los ojos, a aquellos bravos que resistieron el genocidio, la esclavitud y el martirio traído pos los europeos a su tiera, más aún, conviviendo y siendo gobernados por los descendientes directos de esos mismos asesinos y esclavistas, Madrid no podrá ser la misma. No porque pierda dignidad, fuerza u orgullo, sino porque podrá ofrecer su manita al gigantesco hermano mayor y, desgraciadamente, tan inestable. Abrir el mundo siempre fortalece los lazos.

Parece como si Madrid y Colima se tuvieran en frente. Madrid mira a Colima escondida detrás de Portugal, asustada como un pajarillo. Colima echa una mirada hacia Europa de reojo, como si no le interesase del todo pero tampoco quisiera olvidarse de que existe. La Montaña, mientras tanto, mira hacia el Norte, intentando evadirse de todo lo que pesa Madrid ¿No lo he dicho? Madrid es tan fuerte y terca que, cuando toma una decisión, a veces obliga a los demás a tomarla. Incluso aunque no quisiera.

Madrid no tiene volcanes, y su baile regional nunca debió haber existido. Es un infierno intentar ir con la bici y el aire es veneno. Madrid vota a Aguirre (la Cólera de Dios) y a Gallardón, y se queja cuando se los cambian por Ignacio González (el tonto ese con cara de niño pera) y la Botella. Es el mismo Madrid que echa a Pepe Botella y luego aplaude la llegada de Fernando VII. Madrid odia a los catalanes por querer ser catalanes, pero también a los españoles por haberle puesto una corona que, ni quiso ni le correspondía. Madrid recibe la indignación a pelotazos mientras tres metros a la izquierda la gente se hincha de alcohol en las terrazas.


Y sin embargo, cariño, no te imaginas como te voy a echar de menos.

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