El día que desapareció el Chamán era
un día como cualquier otro. Ni llovía ni hacía calor, tampoco
frío. El día que desapareció el Chamán, algo pareció
desestabilizarse en la organización social de la tribu. Los hoplitas
se convirtieron en mercenarios,
y el strategos elegido
ahora era un strategos autokrator;
algunos ya sabían sus pretensiones, pero hasta que se fue el Chamán
no fueron tan obvias. El Strategos, de nombre Beowulf, lanzaba a sus
mercenarios, a su ejército privado, al frente de batalla; y éstos,
aún cuando el strategos no les pedía sangre y sólo muerte, le
traían piezas desangradas, mutiladas, destrozadas entre las fauces
asesinas, sólo para escalar en esa escalera invisible, en aquella
escalera que ¡Estúpidos! Ni siquiera existía. Pues si hubiera una
escalera, si alguien que no era strategos pudiera llegar a ser
strategos, sería strategos.
¿Quién lo iba a decir?
¿Quién lo iba a decir?
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